Jorge Quiroz

“Sin novedad”

Por: Jorge Quiroz | Publicado: Viernes 22 de noviembre de 2013 a las 05:00 hrs.
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Desde que asumió el Presidente Piñera se han registrado 183 marchas en el Gran Santiago y aproximadamente 244 en todo el país, esto es, la friolera de una manifestación cada seis días. Ello, sin considerar las marchas no autorizadas, los paros y las acciones ilegales destinadas a interrumpir inversiones, como construcciones de centrales eléctricas y otras.



Este estado de cosas, que halla también su símil con lo que está ocurriendo en otras latitudes, tiene los rasgos propios de un proceso revolucionario. Me atrevo a conjeturar que no se veía nada semejante en Chile desde la época de Allende. ¿Estamos comenzando a vivir un proceso con rasgos revolucionarios? La mayoría de los lectores se apresurará a rechazar esta conjetura con los argumentos de siempre, que en Chile la economía crece, que las instituciones son estables, etc. Pero cuidado: aún las mayores revoluciones tomaron por sorpresa a sus víctimas. Basta recordar lo que anotaba Luis XVI en su diario el día en que la turba se tomaba la Bastilla: “sin novedad”. Un tiempo después le cortarían la cabeza. 
En favor del argumento “tranquilizador” de que no estaríamos ad portas de un proceso revolucionario, podría señalarse que no sólo la economía habrá crecido un robusto 5% anual en esta administración, sino que también, y posiblemente a causa de ello, los chilenos estarían siendo más felices. La ONU indica en este sentido que Chile subió en el ranking de “felicidad” desde el lugar 43 en el reporte 2012 al lugar 28 en el del presente año. Ello motivaría a pensar que las protestas callejeras no serían sino la expresión de un grupo reducido, o acaso, nuestra peculiar manera de ser más felices. En abono de esta visión, podría consignarse también el bajo nivel de votación: asumiendo que la candidata Bachelet obtiene el 55% de los sufragios, de todas formas habrá un porcentaje de abstención alto, posiblemente cercano al 51%. ¿Cómo podría pretenderse cambiar la Constitución de cuajo con un respaldo ciudadano de sólo el 27%? ¿No debiera ser esa buena razón para estar tranquilos?
Lamentablemente, las lecciones que ofrece la historia no respaldan esa visión. Las revoluciones no las han hecho nunca grandes mayorías sino, invariablemente, un minúsculo grupo de iluminados. Así fue en la revolución francesa y en la revolución rusa. Ni jacobinos ni bolcheviques representaron nunca el gran sentir nacional; muy por el contrario, hicieron y deshicieron ante el estupor, pavor y parálisis de una mayoría silenciosa. Para ello contaban a su favor con un par de cosas, arrojo temerario y una fiel adherencia al principio aquel que justifica cualquier medio en pos del fin. No por nada Lenin, estudioso de los procesos revolucionarios, advirtió con sagacidad el rol de las élites vanguardistas en estas transformaciones.

En este sentido, compruebo con cierto grado de alarma cómo en Chile, de a poco, la agenda pública comienza a ser gobernada por las voces más disruptivas y minoritarias, precisamente las que se escuchan en la calle. El desarrollo energético nacional se ha visto bloqueado por minorías; anarquistas declarados son dejados en libertad y se pretende reescribir la Constitución de la República con menos de un 30% de respaldo. Al interior de la propia Concertación, hoy Nueva Mayoría, otrora garante de un proceso ordenado de cambios y progreso -recordemos el “crecimiento con igualdad”- se advierte, aquí y allá, cómo aumenta la influencia de los grupos más radicales. Ni hablar tampoco de lo que ocurre con los universitarios, donde anarquistas obtienen la vocería de toda una Casa de Estudios con el apoyo de sólo el 14% del universo de votantes.

¿Cómo puede ser que el país completo comience a moverse al compás de lo que dictan minorías enardecidas? Sólo gracias al oportunismo político de unos, falta de temple de otros y apatía del resto, que, cual Luis XVI, ignorante que la Bastilla ya cae en manos de la revolución, sigue anotando en su diario “sin novedad”.

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